El tema del alcoholismo de Felipe Calderón se comenzó
a hablar en redes sociales, aparecieron mantas y grafiti en las calles de
diferentes ciudades de México. Cuando el caso llegó al congreso ya era un
secreto a viva voz.
Si toma
no gobierne, decían.
Aristegui
supo leer el descontento popular y como
buena periodista, puso el dedo en la
llaga. Tal vez no pensó que eso iba a
enojar tanto a los reyes de Los Pinos y
que estos iban a hacer sentir su funesto
poder con tanta agresividad.
A las pocas
horas Aristegui había sido despedida, con la burda excusa de haber irrespetado los códigos de ética del medio de comunicación
para el que trabajaba.
Pero con lo
que no contaban, es que eso fue como zapatear un hormiguero. De inmediato periodistas,
intelectuales, líderes políticos
opositores y otros miembros del tejido social salieron en defensa de la periodista.
La violación a la libertad de expresión
era evidente, al igual que la
prepotencia y la desfachatez de los gorilas
para silenciar al disidente.
Junto a esos actores sociales, miles de
mexicanos y latinoamericanos acuerparon a Aristegui. Callarla a ella, era callarnos
a todos.
Las redes
sociales, los blogs, los sitios web fueron el megáfono, la tribuna,
desde donde nos manifestamos. Y esto fue tan fuerte, que las babas del diablo se retiraron.
Al día
siguiente Aristegui estaba contratada de nuevo. Por supuesto no hubo una explicación veraz de lo
que había sucedido. No hacia
falta.
Hace unos
días un profesor universitario y periodista, me dijo que las redes sociales no
deben ser tomadas en cuenta por un político serio, “por la sencilla razón de
que cualquier pelapapas dice lo que quiere”.
Pobre diablo.
Como si opinar, expresarse, tener
criterio, fuera un privilegio de unos cuantos. Como si se pudiera tapar la
realidad con un dedo. Como si detrás de cada
computadora no hubiera una persona.
Lastimosamente no todos los casos tienen
un final feliz como el de Aristegui (o quienes se hacen famosos de la
noche a la mañana), también están aquellas personas comunes, que denuncian, reclamen y exigen (los
pelapapas del dichoso profesor) para ellos no hay protección y a muchos les
cuesta caro ejercer sus derechos.
Mientras esto siga así, las bondades de
las nuevas tecnologías no estarán completas.