domingo, 23 de octubre de 2011

Rarezas y artefactos: 11 de marzo



Se escuchó un sonido vibrante, como un moscardón mecánico, era un avión pequeño que  volaba bajo, aún no salía el sol. Encendió la tv. Un terremoto había devastado una nación entera.
La gente primero se quedó quieta, esperando a que pasara. Algunos sacaron sus teléfonos y cámaras, comenzaron a grabar la tragedia que se les venía encima.
Entonces
cayeron los libros
lo que había en los estantes
 todo se comenzó a desmoronar
                                                                                   cundió el pánico
salieron a la calle
fueron a las zonas seguras
pero la tierra
se abrió
las líneas del tren
se retorcieron
las tuberías de gas
los oleoductos
se resquebrajaron
iniciaron los fuegos
las fugas de radioactividad
la gente
cayó
de rodillas
sonaron
las alarmas
                                     el
infierno
           estaba
allí
corrieron
hacia
zonas más altas
lo que se venía era fulminante
miraron el mar
a lo lejos
           los tropeles gigantes
venían
despavoridos
lloraron
se abrazaron
los niños preguntaron a papá
¿qué pasa?
papá silenció un lamento
la barreras de la ciudad nos tienen que proteger
las olas se acercaron a la costa
nada los podría haber protegido de eso
las cámaras
seguían grabando
se escuchó un estruendo
la naturaleza
quería
 borrar al hombre
darle una lección
porque
el hombre no aprende
el Tsunami lo arrasó todo
detrás no quedó nada.

A los vivos
no les queda otra que esperar
que baje el agua
y luego
salir a buscar a sus muertos

¿papá, a donde está mamá?

 La presentadora de noticias acababa de anunciar que la cifra de muertos y desaparecidos era superior a diez mil y el recuento apenas comenzaba.  Días difíciles para Japón.
Trató de dormir un poco más pero no pudo, se levantó, fue a la ventana, sintió el aire. Frente a él, se dibujaba un mar de azoteas de cemento, antenas de televisión, cables eléctricos que partían el firmamento y los techos oxidados de una ciudad tóxica. No sabía si se debía a la lluvia que venía o al smog, probablemente a las dos y más tarde caerían lágrimas oscuras.
Antes de las ocho estaba en la tienda de la esquina, bebiendo un café, junto a otros hombres y mujeres que iban para el trabajo, mirando las noticias en una pantalla gigante. Los noticieros continuaban anunciando la tragedia que se vivía en Japón. Comenzaban a hablar  del desastre radioactivo de la central de nuclear de Fukushima.  
Un viento frío se le coló hasta  los huesos.






pero la realidad supera a la ficción... 






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