jueves, 27 de octubre de 2011

Unos minutos en la tv




Un hombre moreno, pequeño, muy delgado, da pasos acelerados. El corazón le palpita con fuerza, parece que se le quiere escapar del pecho. A ratos se queda sin aliento. Casi a saltos baja las gradas de barro. El camino agoniza sobre una ladera cubierta de pequeñas casas de lata, la puerta de cada una da a un mundo similar al suyo, lleno de miseria.

Inesperadamente otro hombre, un poco mayor sale a su paso, lo saluda como si lo conociera. No puede evadir mirarlo: una gran serpiente oscura, compuesta por tejido queloide yace eternamente sobre su costado izquierdo, como si se alimentara de su carne. Rápidamente levanta la mirada, observa la bahía. Una tenue neblina blanca cae sobre el mar.

Llega a la puerta de su casa, revuelve su bolsillo, siente el pequeño rollo de billetes con las yemas de sus dedos. Es el pago por adelantado. Respira profundo, se calma un poco. No hay vuelta atrás. Empuja suavemente la puerta y entra. Lo reciben seis niños, el mayor tendrá ocho años, la menor está acurrucada en los brazos de su madre, llorando. Tiene hambre. No hay nada que darle. Los otros están semidesnudos, alrededor de una hoguera, jugando entre ellos, sobre el barro. Lo miran fijamente con sus ojos negros, muy grandes, como platos vacíos.



Sus ojos son semillas solitarias, cuencas famélicas. Por primera vez tiene algo bueno que decirles, pero no sabe cómo hacerlo. Ellos no lo entenderían. Para él han dejado de ser pobres.

Cuando entra, ella no le levanta la mirada, lo ignora, está triste. Él sonríe. Las pequeñas calaveritas le muestran sus dientes y los espacios vacíos que van quedando cuando se caen. La mujer sigue absorta, moviendo un plátano que hierve en un caldero sobre el fuego. Tampoco quiere escucharlo. Sabe del dinero, sabe del mercado negro, de los hombres que lo hacen, sabe que muchos mueren durante la operación o en el proceso de recuperación. Sabe que nunca se recuperan completamente. No hay cómo, ya no están completos. Es como si les arrancaran parte de su fibra interior. Luego de la operación quedan débiles y enfermos, muchos no pueden volver a trabajar. Cuando se acabe ese dinero, la miseria será aún peor, probablemente ella tendrá que cargar con él. Pero no sabe cómo escapar del demonio que les quiere robar la vida.

Sabe que esa mañana vendió un riñón en el mercado negro, como si hubiese vendido un pedazo de cualquier animal.

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