Un hombre moreno, pequeño, muy delgado,
da pasos acelerados. El corazón le palpita con fuerza, parece que se le quiere
escapar del pecho. A ratos se queda sin aliento. Casi a saltos baja las gradas
de barro. El camino agoniza sobre una ladera cubierta de pequeñas casas de
lata, la puerta de cada una da a un mundo similar al suyo, lleno de miseria.
Inesperadamente
otro hombre, un poco mayor sale a su paso, lo saluda como si lo conociera. No
puede evadir mirarlo: una gran serpiente oscura, compuesta por tejido queloide
yace eternamente sobre su costado izquierdo, como si se alimentara de su carne.
Rápidamente levanta la mirada, observa la bahía. Una tenue neblina blanca cae
sobre el mar.
Llega a la puerta de su casa, revuelve
su bolsillo, siente el pequeño rollo de billetes con las yemas de sus dedos. Es
el pago por adelantado. Respira profundo, se calma un poco. No hay vuelta atrás.
Empuja suavemente la puerta y entra. Lo reciben seis niños, el mayor tendrá
ocho años, la menor está acurrucada en los brazos de su madre, llorando. Tiene
hambre. No hay nada que darle. Los otros están semidesnudos, alrededor de una
hoguera, jugando entre ellos, sobre el barro. Lo miran fijamente con sus ojos
negros, muy grandes, como platos vacíos.
Sus ojos son semillas solitarias,
cuencas famélicas. Por primera vez tiene algo bueno que decirles, pero no sabe
cómo hacerlo. Ellos no lo entenderían. Para él han dejado de ser pobres.
Cuando entra, ella no le levanta la
mirada, lo ignora, está triste. Él sonríe. Las pequeñas calaveritas le muestran
sus dientes y los espacios vacíos que van quedando cuando se caen. La mujer
sigue absorta, moviendo un plátano que hierve en un caldero sobre el fuego.
Tampoco quiere escucharlo. Sabe del dinero, sabe del mercado negro, de los
hombres que lo hacen, sabe que muchos mueren durante la operación o en el
proceso de recuperación. Sabe que nunca se recuperan completamente. No hay
cómo, ya no están completos. Es como si les arrancaran parte de su fibra
interior. Luego de la operación quedan débiles y enfermos, muchos no pueden
volver a trabajar. Cuando se acabe ese dinero, la miseria será aún peor,
probablemente ella tendrá que cargar con él. Pero no sabe cómo escapar del
demonio que les quiere robar la vida.
Sabe que esa mañana vendió un riñón en el mercado negro, como si
hubiese vendido un pedazo de cualquier animal.
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